El Dilemma de Darwin

[Tomado del Capitulo Uno de nuestro libro: Don’t Blame God!]

Un hombre que se alejó de Dios al no poder reconciliar un Dios misericordioso con el sufrimiento que veía a su alrededor fue Charles Darwin, cuya incredulidad a la larga contribuyó significativamente al desarrollo de su así llamada “teoría de la evolución”, mito que ha cegado a muchos a la veracidad de la Palabra de Dios. En el ejemplar de enero de 1992 de Impact (publicación del Institute For Creation Research – Instituto para la Investigación de la Creación), John Morris escribió sobre el dilema de Darwin en cuanto a cómo ciertas partes complejas del cuerpo humano podrían haberse formado por azar:

Un ejemplo favorito de un caso de diseño obvio ha sido siempre el ojo humano, con sus múltiples partes funcionales: cristalino, córnea, iris, etc., los músculos de control, los sensibles conos y bastoncillos que traducen la energía de la luz en señales químicas, el nervio óptico que hace ingresar rápidamente estas señales a un centro de decodificación en el cerebro, y así sucesivamente. El ojo fue incuestionablemente diseñado por un Diseñador de increíble inteligencia, quien tenía un completo dominio de física óptica.

Darwin estaba frustrado por la complejidad del ojo, a pesar de que él sólo sabía una fracción de lo que los científicos han descubierto hoy sobre el ojo. En su libro Origin of Species (El Origen de las Especies), incluyó una sección titulada “Órganos de perfección y complejidad extremas”, en la cual expresa: “Suponer que el ojo, con todos sus inimitables dispositivos para ajustar el foco a diferentes cantidades de luz, y para la corrección de anormalidades esféricas y cromáticas, pudo haberse formado por selección natural, parece, lo confieso abiertamente, absurdo en grado extremo.” Sin embargo, en las páginas siguientes polemiza sobre cómo él piensa que podría haber ocurrido.

Uno puede preguntarse por qué Darwin se vio compelido a adoptar y defender lo que él admitió que era una conclusión absurda. Su razonamiento se puede ver en la siguiente cita. Tenga en cuenta que Darwin se crió en un hogar a todas vistas religioso, pero cuya numerosa familia evidenciaba un claro punto de vista anti-cristiano. El propio Darwin había estudiado para ministro, como era común en aquellos días para individuos de inclinación académica, pero a la larga rechazó la fe cristiana.

En carta fechada el 22 de mayo de 1860 al profesor Asa Gray de Harvard, propagador de la evolución en el continente americano, Darwin escribió, evidentemente para responder a la defensa que Gray hacía de una evolución “teísta”: “No tenía intención de escribir como ateo. Pero admito que no puedo ver tan llanamente como lo hacen los demás, y como yo desearía hacerlo, evidencias de diseño y benevolencia a nuestro alrededor. A mí me parece que hay demasiada miseria en el mundo [el énfasis es nuestro]. No puedo persuadirme de que un Dios benévolo y omnipotente pudiera crear y diseñar el ichneumonidae [parásito] con la expresa intención de que se alimentara dentro de los cuerpos vivos de las orugas, o de que un gato jugase con ratones. Como no creo esto, tampoco veo la necesidad de creer que el ojo fuera expresamente diseñado.”

Hacemos nuevamente hincapié en el hecho de que Darwin estudiara para el ministerio, pero que rechazara, finalmente, la fe cristiana. Se puede inferir que lo que sea que le hubieran enseñado, adjudicaba a Dios la culpa del sufrimiento humano. Al no ser capaz de permitirse creer que “un Dios benévolo y omnipotente” pudiera ser responsable por el sufrimiento en el mundo, arribó a la conclusión de que no había ningún Dios. Si las enseñanzas que Darwin recibió se asemejaban a las que la mayoría de los cristianos han recibido sobre este tema, entendemos su desilusión. Sólo Dios sabe cuántos millones de personas se han distanciado de Él por esta misma razón.

En algún momento de su vida, casi todos se plantean interrogantes sobre el mal, el pecado y el sufrimiento como los que hemos mencionado al inicio de este capítulo. Formular las preguntas correctas es una gran clave para obtener las respuestas acertadas. Estamos de acuerdo con la sugerencia de Kushner de que demasiada gente puede muy bien haber estado planteando las preguntas equivocadas:

¿Podría ser que Dios no sea el causante de las cosas malas que nos ocurren? ¿Podría ser que Él no decide cuáles son las familias que engendrarán un niño discapacitado, que Él no eligió a Ron para que quede inválido por efecto de una bala, o a Elena por una enfermedad degenerativa, sino por el contrario, que esté Él listo para ayudarnos, a ellos y a nosotros, a superar nuestras tragedias si simplemente pudiéramos dejar atrás los sentimientos de culpa y enojo que nos separan de Él? ¿Podría ser que “¿Cómo pudo Dios hacerme esto a mí?” sea, en realidad, la pregunta equivocada?

[Tomado del Capitulo Uno de nuestro libro: Don’t Blame God!]

Por John A. Lynn

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