La Urgencia de la Obediencia

Aunque Satanás es “el dios de este mundo” (2 Corintios 4:4) no tiene “carta blanca” para afligir a la gente de Dios. Cuanto más exactamente, como creyentes, obedezcamos a Dios, más difícil será para el Diablo lograr arruinar nuestras vidas. Las secciones de la Escritura como el Salmo 91 dejan en claro que la eficacia de la protección de Dios a nosotros es en gran parte proporcional a nuestro “habitar al abrigo del Altísimo” y de “acogernos a la sombra del Todopoderoso” (Sal 91:1).

Satanás intenta engañarnos para que pequemos (desobedecer a Dios) y para que, al hacerlo, nos alejemos del “paraguas” de la protección de Dios. Por ejemplo, cuando Satanás tentaba a Jesús en el desierto, distorsionó la Palabra de Dios. Al emplear mal el Salmo 91:12 intentó empujar a Jesús a hacer algo peligroso e insensato, lo cual le habría costado su vida. Quería que Jesús creyera equivocadamente que la protección de Dios a él era absoluta, cuando en realidad dependía de su fe en Dios y de la obediencia a Su Palabra. En ninguna parte Dios garantiza absoluta protección a “quienes saltan del Templo.”

Si Jesús necesitó permanecer en la voluntad de Dios para asegurarse protección, evidentemente nosotros también. El pecado en la vida de un cristiano es una de las causas primordiales por las cuales se tornará vulnerable para ser derrotado en la batalla espiritual. Si Satanás puede lograr que un creyente actúe contrario a la voluntad de Dios, tal parece que esto le da la oportunidad de intervenir para afligirlo.

Satanás elige cuidadosamente en qué momento atacará, de acuerdo con su objetivo de confundir a la gente para que no comprenda la diferencia entre el bien y el mal. Él no se aprovecha de todos los pecados para provocar aflicción a cada persona de acuerdo con su pecado, porque si así fuera, a la larga desalentaría el pecado y su éxito depende justamente de alentarlo. Él siente un enorme placer al dañar al pueblo de Dios para que así parezca que el compromiso a Dios no trae bendiciones.

Dios no mata a la gente que Lo ama, y tampoco la hace sufrir. Es el Diablo el que causa la muerte y el sufrimiento. Dios es justo y recto. Si un padre, un juez, un maestro, etc., actuaran según algunos consideran que Dios actúa —que castiga a una persona mientras que deja a otra libre por el mismo pecado— imagine el estruendo de voces enojadas gritando “¡injusto, injusto!”. Y sería injusto.

Es interesante notar que la mayoría de los cristianos que escriben sobre el sufrimiento admiten que es injusto, o por lo menos, que parece injusto. Pero su creencia errónea de que Dios es la causa del sufrimiento surge de un razonamiento distorsionado. Como no desean señalar con un dedo acusador a Dios, dedo con el cual sin vacilar y con justa razón señalarían a personas como Stalin, Hitler, Saddam Hussein, y otros autores de crímenes atroces, se ven forzados a decir que “injusto” es realmente “justo” después de todo.

El comentario de Philip Yancey es representativo de la confusión que existe referente a la justicia de Dios:

Si para “probar” su amor, un marido hiciera pasar a su esposa por la situación traumática que Job tuvo que soportar, lo llamaríamos patológico y lo encerraríamos. Si una madre se desentendiera de sus hijos… la juzgaríamos como una madre inepta. ¿Cómo, entonces, podemos comprender tal conducta… de parte de Dios Mismo? No tengo ninguna respuesta convincente…[1]

La Palabra de Dios deja bien en claro que aplicarle un doble estándar a Él no tiene justificación alguna, puesto que Él es la personificación de un Padre amoroso.

Al hacer cosas como por ejemplo provocar aflicción a algunas personas que pecaron, pero ignorar a otras, el Diablo ha confundido a multitudes. En tiempos del Antiguo Testamento esta confusión contribuyó a lo que llegó a ser la creencia popular de que si Dios no escogía castigar a alguien por su pecado, castigaría a los descendientes de esa persona. Job comparte esta creencia en su gran discurso en el capítulo 21: “Me dirán que Dios reserva el castigo para los hijos del pecador” (Job 21:19a). Pero cuando reconoce que castigar a los hijos por el pecado de un padre dejando sin condena al padre mismo, no es justicia, Job continúa: “¡Mejor que castigue [Dios] al que peca, para que escarmiente!” (Job 21:19 b).

Jeremías 31:29 y Ezequiel 18:2 también reflejan esta creencia común en épocas bíblicas de que Dios castigaba a los hijos por los pecados de sus padres, al igual que el versículo que citamos anteriormente en el capítulo uno de nuestro libro: “—Rabí [Jesús], para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?” (Juan 9:2). Este versículo demuestra que incluso los discípulos de Jesús estaban confundidos y consideraban la posibilidad de que Dios sí castiga a los hijos por el pecado de algún antepasado.

A menos que uno entienda la figura de dicción metonimia, parecería que la Biblia indica que Dios castiga a los hijos por el pecado de sus padres. En Éxodo 20:5 se lee: “Yo, el SEÑOR tu Dios, soy un Dios celoso. Cuando los padres [antepasados] son malvados y me odian, yo castigo a sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”. Pero éste es un gran ejemplo de la figura metonimia profética. Dios no está castigando activamente; en vez de ello, Él está proféticamente advirtiendo de las consecuencias de la desobediencia de Israel. ¡Dios no castiga a los hijos de los pecadores! Él incluso prohíbe que se ejecute a los niños por pecados que no cometieron, como muestra el versículo siguiente:

Ezequiel 18:20
Todo el que peque, merece la muerte, pero ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo: al justo se le pagará con justicia y al malvado se le pagará con maldad.

Es verdad que los hijos sufren muchas veces por los pecados de sus padres, debido a que tales pecados a menudo permiten a Satanás intervenir para provocarles aflicción. Por su comportamiento de pecado, los padres pueden exponer las vidas de sus hijos a la influencia directa de los espíritus malignos que causan confusión, enfermedad e incluso la muerte. A veces las “consecuencias” que los hijos reciben están muy claramente relacionadas al pecado físico de sus padres. El síndrome de alcoholismo fetal y los bebés adictos a la cocaína-crack son ambos ejemplos de esto. Está documentado que las tendencias adictivas, el alcoholismo y otros comportamientos pecaminosos tienden a permanecer en una familia por generaciones. ¿Pero son estos problemas, actos de Dios? ¡No! Si una madre es una alcohólica, ella está pecando por su propio libre albedrío. No es Dios el responsable de que su bebé nazca con síndrome de alcoholismo fetal. Dios está intentando siempre ayudar y bendecir a la gente de cualquier manera que Él pueda.

Deseamos otra vez enfatizar que el sufrimiento o la aflicción nunca son, por sí mismos, un indicador exacto del pecado en la vida de una persona. La Biblia muestra que a veces el justo sufre mientras que el impío queda impune. Con esto no queremos implicar, de ninguna manera, que no tiene valor vivir una vida de obediencia a Dios. En primer lugar, vendrá el Día del Juicio cuando el Señor Jesucristo juzgará a cada persona según su comportamiento terrenal. En segundo lugar, y lo más relevante para nuestra tesis, Dios sí trabaja para proteger activamente a los que estén intentando servirlo. A lo largo de la Biblia, Dios es llamado “salvador,” “libertador,” “protector,” “roca,” “peñasco”, “fortaleza,” “escudo,” “refugio,” “escondite”, “amparo”, etc. Aunque Dios no puede siempre proteger de todo mal a su pueblo, Él siempre está trabajando activamente para “librarnos de todas nuestras angustias” (Salmo 34:17). Sin duda cada creyente puede dar ejemplos de la ayuda de Dios en su vida.

La urgente necesidad de obedecer (Notas finales)

[1]. Philip Yancey: Disappointment With God (Desilusionado con Dios), pág. 249.

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